Dionisio Ridruejo (1912-1975)

Retrato tomado de El Mundo

Dionisio Ridruejo Jiménez

«Gracias a Dios, aún le queda a uno decoro para alistarse entre los derrotados».

«Ya no tengo la exagerada juventud de otros años para esperar el milagro de cada día».

  FRAGMENTOS DE UMBRAL DE LA MADUREZ (ELEGÍA DESPUÉS DE LOS TREINTA AÑOS)  
(Elegías, 1948)
[Frustración, desesperanza, nostalgia, recuerdos]

Recuerda, camarada, aquellos días que nos están envejeciendo,
aquellos que han anticipado nuestra desalentada prudencia.
No llores, no maldigas, no te vuelvas airado contra tu corazón.
No era ciertamente la vida lo que se te ha escapado de las manos
como el agua, como el aire o como el fuego
dejándote en cenizas.
Era menos y más que la vida
era el resol de eternidad que solo al joven le es dado entrever,
porque solo él sabe que el tiempo es corto y el espacio pobre
cuando su corazón ha creado otro reino distinto.
Lo sabe y lo propone negándose a la vida,
viviendo en su morada de espejos y creando
con barro de la nada el cosmos de una sospecha que ignora.
Porque el joven todavía no es hombre.
Todavía late unido a la milagrosa placenta,
todavía es un dios, pero un dios desterrado
que sigue soñando y con su sueño maravilla al destierro.
No llores, no maldigas; recuerda simplemente.
Puesto que ya eres hombre, compórtate como hombre
y recuenta los hechos ligándote a tu vida.
Recuerda aquellos días: morir era tan bello
como vivir:
vida y muerte eran fuente de glorias semejantes.
Recuérdalo; era cierto:
los verbos te servían como caballos de combate,
los adjetivos no llegaban a teñir del color verdadero tus cimeras
y los nombres eran puros clarines
sin dependencia de los objetos.
Recuérdalo: creabas; tu voz iba a las aguas extendidas
y emergían alegres continentes impacientes de ser
o se abrían caminos para que los cruzase el pueblo de Dios.
Y tú ibas con el pueblo llevando tu bandera,
pero ninguna compañía alcanzaba a turbarte,
porque todas las almas estaban en la tuya.
Recuerda solamente:
tus sentidos eran como celdillas de colmena;
cada sabor y cada luz, cada sonido,
cada dureza o extensión y cada aroma
hallaban aposento a su medida
y el todo era un puro embeleso geométrico
que destilaba miel hacia tu corazón.
Había, sí, dolor punzante e ira sagrada
y también confusión, perplejidad y horror,
pero eran como pasmos que injertaban misterio
y espuelas que incitaban el salto a una potencia perseverante.
¡Qué maleables eran la riqueza y el lujo!
¡Qué dóciles el hambre, el amor y el poder!
Una orden levantaba su castillo
y tu fiereza generosa
apaleaba a la humanidad para llevarla a su cercado.
¡Oh castillos del aire!
Luchabas, sí, luchabas.
Recuerda solamente.

[...]

La vida es, camarada…
Pero ahora recuerda, solamente recuerda.
Sea tu compasión sin llanto y sin reproche,
y sea, sobre todo, sin magisterio vano.
No clames tu experiencia.
Es tiempo de silencio y destreza piadosa.
Sobre todo no quieras escarmentar ahora
al que viene detrás y va por su camino.

¡Oh!, no enseñes al joven;
no le digas mostrando tu pequeña impotencia:
«Mirad, jóvenes, esta, la verdad de la vida».
Que no sepan por ti… Pero no sabrán nada;
sus ojos no te ven, sus oídos no escuchan.
Míralos como llegan aureolados, puros:
aquel que se dispone como tú en otro tiempo
a vestir castamente la armadura,
y aquel que viene envuelto
en un manto de nieblas melancólicas, chispeando sus ojos,
y aquel que se ha vestido las mallas delicadas del placer sin cautela.

Ellos sabrán por sí y a costa de su sangre.
Que transiten sin huella su pavimento de diamante virgen,
que impongan el esquife de oro a las ondas bravías,
que no emplome sus alas la prudencia ni el desengaño.
No ahorres dolor al que aún es omnipotente.
Tú sigue tu camino, construyendo,
hora a hora, brote a brote, grano a grano, alma a alma,
el penoso edificio de tus realidades.
Cree, espera y recuerda,
recuerda solamente, porque el recuerdo es claro,
y como piedra oculta va haciéndote en un ser indestructible.

Y si has de llorar vertiendo las cenizas de tu sangre
sobre las cenizas del empeño maltrecho y remoto
busca la soledad y ríndete en silencio.
Clama a tu corazón de rodillas: ¡Dios mío!

Recitado (completo) por Celes Bustos


No hay comentarios:

Publicar un comentario

No permitas que tus labios se conviertan en cicatriz y deja algún comentario.