Roger Wolfe (1962)

Retrato del autor tomado de Labitacoradelhombresolitario

Roger Wolfe

«Escribo para gente que no tiene otro sitio en que caerse muerta que la superficie de un poema».

  CAFÉ Y CIGARRILLOS  
(Días perdidos en los transportes públicos, 1992)
[Realismo sucio, poesía urbana, amor]

Salgo del trabajo. Los huesos, el cuerpo entero
dulcemente dolorido, como –a veces–
después de un polvo de los buenos.
La luna, sajada en dos pedazos, me recuerda
el ojo ese famoso de Buñuel,
asomada un tanto tenebrosamente
por encima de los árboles.
El coche no me arranca. El parabrisas
es una roca enorme y congelada.
Así que vuelvo a casa andando,
velado el claqueteo de mis pasos
por la luna, la cabeza
llena de café caliente y cigarrillos.
Llego al portal y me detengo,
soplándome en las manos, bajo
el arco de luz que proyecta la ventana
sobre el hielo, la hierba sucia y abrasada.
Y al otro lado de esa luz te encuentras tú.

Y es que un hombre necesita en esta vida
otras cosas que no sean
lunas surrealistas, coches, oscuras
películas de Luis Buñuel.

Recitado por Tomás Galindo

  EN BLANCO Y NEGRO  
(Días perdidos en los transportes públicos, 1992)
[Realismo sucio, poesía urbana, esperanza, sexo]

Imagen de fondo: cartel y fotogramas de la película Lolita, de Stanley Kubrick, basada en la novela del mismo título de Vladimir Nabokov, y protagonizada por James Mason y Sue Lyon. Imágenes encontradas en Google.

  EL EXTRANJERO  
(Hablando de pintura con un ciego, 1993)
[Realismo sucio, poesía urbana, hastío, desesperanza, angustia existencial, muerte]

Imagen de fondo: caricatura de Fiódor Dostoyevski, obra de Tullio Pericoli, tomada de Pinterest

  ODIO  
(Arde Babilonia, 1994)
[Realismo sucio, poesía urbana, odio, familia]

«Me faltan algunos odios todavía.
Estoy seguro de que existen».
Céline

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con el locutor deportivo
de la radio del vecino
esos domingos por la tarde.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con el macaco de uniforme
que sentencia -arma
al cinto- que el semáforo
no estaba en ámbar, sino en rojo.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con el cívico paleto
vestido de payaso
que te dice
que no se permiten perros
en el parque.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con la gente que choca contigo
por la calle
cuando vas cargado
con las bolsas de la compra
o un bidón de queroseno
para una estufa
que en cualquier caso
no funciona.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con los automovilistas
cuando pisas un paso de peatones
y aceleran.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con el neandertal en cuyas manos
alguien ha puesto
ese taladro de percusión.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
cuando le dejas un libro a alguien
y te lo devuelve en edición fascicular.

El odio es una edición crítica
de Góngora.

El odio son las campanas
de la iglesia
en mañanas de resaca.

El odio es la familia.

El odio es un cajero
que se niega a darte más billetes
por imposibilidad transitoria
de comunicación con la central.

El odio es una abogada
de oficio
aliándose con el representante
de la ley
a las ocho de la mañana
en una comisaría
mientras sufres un ataque
de hipotermia.

El odio es una úlcera
en un atasco.

El odio son las palomitas
en el cine.

El odio es un cenicero
atestado de cáscaras de pipa.

El odio es un teléfono.

El odio es preguntar por un teléfono
y que te digan que no hay.

El odio es una visita
no solicitada.

El odio es un flautista
aficionado.

El odio
en estado puro
es retroactivo
personal
e intransferible.

El odio es que un estúpido
no entienda
tu incomprensión,
tu estupidez.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con este poema
si tu pluma
valiera
su pistola.

Recitado por Tomás Galindo

  NADA DE ESTO TE VIENE EN EL MANUAL  
(Arde Babilonia, 1994)
[Realismo sucio, poesía urbana, desolación]

La ducha no funciona.
La sartén convierte en picadillo
lo que se supone que tenía que ser
nuestra comida. Abro el grifo
del fregadero
y me quedo con él en la mano.
El perro está cojo. La mujer
con la que vivo ha terminado
de ponerse mala de los nervios.
El teléfono no deja de sonar.
(He puesto un contestador
y no he conseguido remediar la situación.
Al revés. El que no sigue llamando
se me presenta directamente en casa
sin previo aviso.)
Hace ocho meses que envié
un manuscrito de hace dos años
a un editor. Me dijo
que me enviaría el contrato
y un anticipo. Y todavía
estoy esperando. Tengo
trescientos folios encima de la mesa
que tendría que haber tenido listos
para hace dos meses por lo menos.
Lo que queda
de la cuenta bancaria
está en rojo.
Duermo cuatro horas, si las duermo,
y aún así no parece haber manera
de ponerse al día.
(Y acordarme de Balzac
no me sirve de gran cosa.)
Me duelen los riñones,
la espalda, los ojos, y me duele
hasta la polla, y eso
que tengo suerte últimamente
si la consigo usar para mear.
(Fui al médico y me preguntó
que cómo me ganaba la vida.
Garabateando, le dije.
Quince horas de promedio
delante del ordenador.
Se encogió de hombros y me dijo
que lo más probable
era que acabara ciego
poco antes de llegar
a los cuarenta.
Luego añadió
que en cuanto a lo otro
no le extrañaría nada
que lo del análisis se tratara
de un quiste hidatídico.
Pero que podría
ser peor.)
Y finalmente llego a casa
y el portero
me comunica
que los del ayuntamiento están a punto
de declarar en ruina el edificio.
Y luego suena el teléfono
una vez más
y un bromista me pregunta
que si estoy escribiendo algo últimamente.
Por supuesto, le digo.
Incluso estoy probando una nueva técnica.
¿Una nueva técnica?
Sí, ¿no la conoces?
Se trata de meterte
un bolígrafo en el culo
y luego hacerte una paja
sentado encima de un papel.
No es realmente
nada nuevo.
Pero optimiza el tiempo que da gusto,
y es catártico, además.
Y aunque no parece demasiado
convencido
hay una cosa
que sí puedo garantizar:
con esa clase de respuestas
te los acabas de quitar de encima
de una vez por todas.
Juro que no vuelven a llamar.
En cuanto a las promesas de inmortalidad
garantizada
que te ofrecen sacándote en sus papeles,
hace tiempo que dejé de preocuparme.
A juzgar por las magnas biografías
de los grandes personajes de la historia
es más que evidente
que con mis ridículos avatares cotidianos
no doy la talla ni de coña.

Recitado por Tomás Galindo

  8 POEMAS EN FORMA DE ARTEFACTO  
(Arde Babilonia, 1994)
[Realismo sucio, poesía urbana, denuncia, protesta, justicia]

1. Sofisma

Y ahora
que estás
en España
que como
ya sabrás
es un país
en el que impera
el Estado
de Derecho
nunca olvides
que tu libertad
termina
donde empieza
la libertad
de los demás
le dijo
el funcionario
del Ministerio
del Interior
al inmigrante
magrebí.

* * *

2. Derecho

Tienes derecho
a expresar
libremente
todo aquello
que te esté permitido decir.

* * *

3. Payaso

Al terrorismo
se le llama
convivencia
si lo ejerce
un payaso
uniformado
con apoyo
de la grey.

* * *

4. Moscas

Los demócratas
han aprendido
de las moscas:
cuanto mayor
sea el tamaño
de la mierda
tanto más grande
es el consenso.

* * *

5. Periodismo

Lanza la mierda
y lávate las manos.

* * *

6. El poder de la palabra

Usté no sabe
con quién
se está metiendo
dijo el borracho
en la
comisaría.

Porque soy
poeta
y fui tocado
por los dioses
con el poder
de la palabra.

Y le partieron
la otra ceja
antes de darle
por el culo
con su propia
estilográfica.

* * *

7. Racismo

No hay color
que no se doblegue
al del dinero.

* * *

8. Compromiso

«¿Eres político, Lou?
¿Político? ¿Con respecto a qué? Dame un tema.
Te daré un pañuelo, y me limpias el culo con él...»
Lou Reed, Take no Prisoners

Hay escritores
que se empeñan
en que los libros
siempre están
en otra parte.

Somalia
Nicaragua
Mongolia
Pernambuco
Sarajevo
qué más da.

Y si te paras
a pensarlo
tiene gracia
porque al final
aciertan
sin saberlo:
cualquier
jodida parte
menos donde ellos
estén.

Recitado por Tomás Galindo

  ME PERMITE  
(Mensajes en botellas rotas, 1996)
[Realismo sucio, poesía urbana, amistad, urbanidad]

«Soy yo. Estaba por aquí
abajo.
Invítame a un café».
«Estoy un poco liado».
«Es igual. Tú sigues
con lo tuyo y yo hablo
de lo mío
con tu mujer».
Ji ji ji.
Qué gracia.
Y para cuando quieres
darte cuenta
la has cagado
una vez más.
«Sube, anda.
Me estaba haciendo falta
descansar cinco minutos...»

Las más elementales faltas
de educación
son las que más me han desarmado
siempre. El proverbial
«Me permite...».
Te lo sueltan
 con la delicadeza
de un revólver
clavado en las costillas.
Perdone.
Me permite.
¿Puedo?
¿Molesto?
¿No te importa? 
En absoluto.
Cómo me va a importar.
Y abres la puerta.
Y entran en tu casa.
Y se comen tu comida.
Y se fuman tu tabaco.
Y se beben
tu café.
Y si no se follan
a tu esposa
y le dan por saco
al perro
es por pura
casualidad.
Dos horas más tarde,
se levantan
se limpian la boca
de la jeta
y se rascan la del culo,
eructan,
encienden un cigarro,
se meten tu mechero
en el bolsillo,
te dan un espaldarazo
y se van.
Silbando
tan alegremente
como el que sale
de una barbería. 
Y tú te quedas
boquiabierto
y derrotado
en medio del desastre
y te acuerdas de su madre,
y de la tuya.
De cómo coño
pudo ser
que entre tantas cosas
inservibles
se olvidara de enseñarte
la más fundamental:
cómo cojones
decir que no.

Recitado por Tomás Galindo


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